miércoles, 21 de septiembre de 2011

Día 57: Palavais-Esclusa de Saint Gilles

Navegando por el canal hacia St Gilles.

13.09.11. Nos levantamos sobre las 8:30 y desayunamos. Pudimos disfrutar de un bonito amanecer en el canal, que ya hervía de actividad: pescadores, pequeños barcos a motor, buceadores, gente corriendo y montando en bicicleta por las orillas… A esa hora de la mañana apenas soplaba una suave brisa. Salimos del atraque sin problemas, a pesar de haber estado tocando el fondo toda la noche. Continuamos camino bajo un calor impresionante, que se veía intensificado por la falta de viento.
Llegando a la esclusa de Saint Gilles
Amarrados a los duques de alba tras la esclusa
Dentro de la Esclusa de St. Gilles
Al igual que ayer, estábamos haciendo una velocidad de 3.5 nudos con el motor a unas 2,000 rpm (teníamos corriente en contra). Sobre las 10:30 pasamos Carnon y sobre las 14:00 pasábamos una esclusa (que está siempre abierta) y el desvío del canal que se adentraba en Aigues Mortes. Yo tenía muchas ganas de ver esta ciudad, ya que he leído mucho acerca de ella, pero el calado máximo de acceso a la ciudad era de 1,60 (como indicaba la señal a la entrada). Todo continuó sin más imprevistos. Las vistas eran muy bonitas, porque el canal era bastante estrecho y había unos paisajes preciosos. A nuestro estribor se desplegaban los paisajes de la “Camargue” francesa. Los famosos “caballos de la camargue” (unos caballos que se caracterizan por ser blancos, y de un tamaño medio) pastaban a las orillas del canal. Llegamos a la esclusa de St. Gilles sobre las 17:00. Según nos acercamos, Antoine llamó a la esclusa por la emisora, para decirles que estábamos llegando. Según nos aproximamos, la luz verde del semáforo se encendió, indicándonos que podíamos acceder al interior de la esclusa. Teníamos toda la maniobra para atracar de babor, pero a la entrada de la esclusa había un cartel que decía que las embarcaciones de recreo debían de amarrar de estribor. Así que rápidamente cambiamos toda la maniobra y así hicimos. En la pared no había ni bolardos ni cornamusas, así que acerqué a Antoine a una de las escaleras y subió por ella para amarrar en las cornamusas que había encima del muelle. Todo fue perfecto. La puerta de acceso se cerró tras nosotros tras pasar otra pequeña embarcación. El agua subió despacio, sólo medio metro (que era el desnivel que ganaba esta esclusa) (una buena forma de entrar en contacto con este sistema y habituarse a su uso, puesto que teníamos muchas de ellas por delante). Al entrar el agua, la corriente llevó el Tortuga un poco hacia popa, tensando los cabos de proa. Cuando todo se hubo calmado, apenas 10 minutos después de que se cerraran las puertas, se encendió la luz verde de la puerta de salida (a nuestra proa). El técnico de la esclusa bajó a saludarnos. Nos dijo un amable “Hola” (en español) y me preguntó mi apellido para contrastar la vignette. Luego se despidió con un “buen viaje” (también en español). Primero salió la otra embarcación y nosotros después. Preguntamos en la esclusa si era posible hacer noche en los pantalanes del otro lado. El hombre de la oficina dijo que sí, que no había problema. Pero para nuestra sorpresa, cuando llegamos al otro lado, no había pantalanes. Sólo 3 duques de alba de un tamaño inmenso. ¿Qué hacer? Al final optamos por echar la amarra de proa a uno y la de popa al siguiente. Para hacer esto, me aproximé al primer pilón. Amarré un cabo largo, que fui largando a medida que llevaba el Tortuga hacia el siguiente pilón. Allí amarró el cabo de proa Antoine, y entonces yo sólo tuve que cobrar de popa hasta dejar el Tortuga entre los dos pilones. No tendríamos problema. El único problema era Fanette, la perrita de Antoine, que no podría ir a tierra esa noche. Ya estábamos en el “Petit Rhône”! Las vistas eran geniales. Parecía que estábamos en el Amazonas. Así de densa era la arboleda en las orillas. Apagamos el motor, y el silencio era increíble. Sólo se escuchaban algunos pajarillos. Nos tomamos un poco de vino local que Antoine trajo. Luego una buena ducha (eso sí, con agua bien fresquita) y a cenar. A Antoine se le ocurrió que al día siguiente llenáramos la garrafa de agua que tenía un grifo con una bolsa de basura negra y la dejáramos al sol todo el día al día siguiente. Así haría a modo de ducha solar. Ya veremos si funciona! Estábamos cenando fuera, pero tuvimos que entrar porque los mosquitos nos estaban literalmente comiendo vivos. Y sobre las 21:50 se hizo la luz! Era una luz cegadora. Salí corriendo a ver que era. ¿Un platillo volante? ¿Vienen a abducirnos? No! Era una pèniche GIGANTE! Tendría lo menos 90 metros de eslora. Y venía a atracar donde estábamos nosotros. Yo me quedé en la proa con unas luces para hacer señas al marinero de proa para asegurar que nos había visto. Y sí, nos vio. Pero ni se dignó a decirnos ni un “hola, buenas noches”. Yo andaba atacada de los nervios. Parecía que iba a atracar encima de nosotros. Y casi casi! Estábamos proa con proa! Solapaban nuestras embarcaciones unos 4 metros. Su ancla era casi tan grande como la mitad del Tortuga! La acción de su hélice de proa y nos empujaba violentamente contra la costa, pero estábamos muy bien amarrados y no había problema. El marinero de proa le daba indicaciones al capitán (en popa) por un talkie. Antoine puso la pasarela amarrada a modo de “trampolín” entra el Tortuga y la Peniche. No queríamos que una ola nos echara la pèniche encima. La noche, después de todo, fue tranquila.
    La proa de la pèniche, vista desde la cubierta del Tortuga
    • Distancia recorrida: 25 nm
    • Tiempo aproximado: 6.5 h
    • Número de esclusas: 1
    • Altura ascendida: 0.5 m (sobre el nivel del mar)
    • Distancia total recorrida: 1049 nm
    • Tripulación: Antoine
 

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